lunes, 22 de noviembre de 2010

La serenidad del alma II

Hay en él un temor de Dios, pero no el temor infantil semejante al del perro que espera a cada momento el látigo. Donde domina el espíritu no hay terror: todo se torna claro, luminoso, benéfico. Ante Dios, no somos sus esclavos, sino que, por su predilección, somos sus hijos. El verdadero temor de Dios no consiste ni en el miedo al castigo, ni en la insuficiencia de nuestro concepto de Dios, sino en la proximidad de Dios mismo. El que halla a Dios se siente buscado por Dios, como perseguido por El, y en El descansa, como en un vasto y tibio mar. Ve ante sí un destino junto al cual las cordilleras son como granos de arena. Esta búsqueda de Dios sólo es posible en esta vida, y esta vida sólo toma sentido por esa misma búsqueda. Dios aparece siempre y en todas partes, y en ningún lado se halla. Lo oímos en las crujientes olas y sin embargo calla. En todas partes nos sale al encuentro y nunca podremos captarlo, pero un día cesará la búsqueda y será el definitivo encuentro. Cuando hemos hallado a Dios, todos los bienes de ste mundo están hallados y poseídos.
Conclusión.-
En nuestra vida es Dios lo que la luna para el mar: la causa de sus crecientes y de sus menguantes. Todas nuestras peregrinaciones terrestres han sido movidas por el llamado divino, llamado que ya nos eleva a lo alto, ya nos precipita en lo hondo.Ese llamado de Dios, perceptible en nuestras almas, es el que nos ha convocado a todo lo que merece llamarse grande en nuestra vida, a todo lo que da sentido a una existencia cuando la vida es en verdad una vida.
Y ese llamado de Dios, que es el hilo conductor de una existencia sana y santa, no es otra cosa que el canto que desde las colinas eternas desciende dulce y rugiente, melodioso y cortante. Llegará un día en que veremos que Dios fué la canción que meció nuestras vidas. ¡Señor, haznos dignos de escuchar ese llamado y de seguirlo fielmente!

La Serenidad del Alma

Y cuando lo han hallado, su vida descansa como en una roca inconmovible; su espíritu reposa en la Paternidad Divina, como el niño en los brazos de su madre.
La hondura de la vida, su belleza, son el fruto del conocimiento de la Divina Amabilidad, de las mercedes que de El emanan y de las fuerzas que El brinda.
Cuando Dios ha sido hallado, el espíritu comprende que lo único grande que existe es El. Frente a Dios todo se desvanece; cuando a Dios no interesa se hace indiferente. Las decisiones realmente importantes y definitivas son las que yacen en El.
Hay también un dolor de Dios, dolor indescriptible e inconmensurable que tortura el alma con espanto y asombro. Hay un temor de Dios: el de arrojar una sombra sobre la imagen del Amado. Temor de ofrecer tan poco al que todo se le debe.
Al que ha encontrado a Dios acontece lo que al que ama por primera vez: corre, vuela se siente transportado; todas sus dudas están en la superficie, en lo hondo de su ser reina la paz. Lo duro, las contrariedades, se deslizan; en el centro de la vida perdura el conocimiento del ser y del amor de Dios. La entrega del que reposa en Dios es un olvido de sí. No le importa ni mucho ni poco cuál sea su situación, ni si escucha o no sus preces. Lo único importante es: Dios está presente. Dios es Dios. Ante este hecho calla su corazón y reposa.
Esta confianza es fruto de un magnánimo y humilde amor. Si Dios quita algo, aun con dolor, es El y eso basta. Esto lo hace feliz y enciende todassus luces de su alma. No es un amor sentimental, es amor sencillo, simple, y que se da por sobre entendido. Es así porque no puede ser de otro modo.
En el alma de este repatriado hay dolor y felicidad al mismo tiempo. Dios es a la vez su paz y su inquietud. En El descansa, pero no puede permanecer un momento inmóvil. Tiene que descansar andando; tiene que guarecerse en la inquietud. Cada día se alza Dios ante él como un llamado, como un deber, como dicha próxima no alcanzada.

Ansiedad de Dios

Felizmente el alma humana no puede vivir sin Dios. Espontáneamente lo busca, como el hiliotropo busca el sol y aún en manifestaciones objetivamente desviadas. En el hambre y sed de justicia que devora muchos espíritus, en el deseo de grandeza, en el espíritu de fraternidad universal, está latente el deseo de Dios. La Iglesia Católica desde su orígen, más aún, desde su precursor, el pueblo prometido, no es sino la afirmación nítida, resuelta, de su creencia en Dios. Por confesarlo murieron muchos en el Antiguo Testamento, por ser fiel al mensaje de su Padre murió Jesús y después de El, por confesar un Dios Uno y Trino cuyo Hijo ha habitado entre nosotros, han muerto millares de mártires. Desde Esteban y los que como antorchas iluminaban los jardines de Nerón hasta los que en nuestros dias en la ex- Unión Soviética; ayer en Japón, en España, y en Méjico, han dado su sangre por El. A otros no se les ha pedido este testimonio supremo, pero en su vida de cada día  lo afirman valientemente. Religiosos que abandonan el mundo para consagrarse a la oración: en Estados Unidos hay alrededor de 20 conventos Trapenses que no hacen sino trabajar silenciosamente para no perder de vista la presencia de Dios: religiosos como el que ha fundado el Padre Voillaume, que unen su vida de obreros en la fábrica a una profunda vida contemplativa.
Hay también universitarios en el mundo, animados de un serio espíritu de oración, y para quienes su estudio s un deseo de glorificar al Creador.
Hay obreros, millones en el mundo, campesinos para los cuales la plegaria parece algo connatural, y junto a ellos, sabios, sabios que se precian de su calidad de cristianos: hombres como Carrel, Lecompte de Noui; literatos como Claudel, Gabriela Mistral, Papini, Graham Green, y para qué seguir esta numeración... En medio de un mundo en delincuescencia hay grupos selectos de almas escogidas que buscan a Dios con toda su alma y cuya voluntad es el supremo anhelo de sus vidas.
Hasta fuera de la Iglesia, en movimientos como el iniciado por el Mahatma Gandhi en la India, por el Rearme Morai en Ginebra, por el Oxford Movement en Inglaterra, ponen en primer lugar la idea de Dios.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Visión del hombre moderno

Estos hombres no niegan a DIOS, lo nombran, lo invocan, pero nunca han penetrado su grandeza y la bienaventuranza que puede hallarse en El. Dios es para ellos algo inofensivo con lo que no hay que atormentarse mucho. La existencia misma de Dios nunca se ha interpuesto en su camino, gigantesca e inaccesible como una montaña, Dios queda en el horizonte como un volcán que está bastante lejos para no temerle, pero aún bastante cerca para darse cuenta de su existencia. A menudo Dios no es más que un cómodo refugio mental: todo lo que es incomprensible en el mundo o en la propia vida se le achaca a Dios: ¡Dios lo ha hecho! ¡Dios así lo ha querido!....A veces Dios es un cómodo vecino a quien se puede pedir ayuda en un apuro o en una necesidad. Cuando no se puede salir del paso, se reza, esto es, se pide al bondadoso Vecino que lo saque del peligro, pero se volverá a olvidar de El cuando todo salga bien.
Estos no han llegado hasta la presencia, hasta la abrumadora proximidad de Dios.
Al hombre siempre le falta tiempo para pensar en El. Tiene tantos otros cuidados: comer, beber, trabajar y divertirse. Todo esto tiene que despacharse antes que él pueda pensar con reposo en Dios. Y el reposo no viene; nunca viene.
Hasta los cristianos a fuerza de respirar esta atmósfera estamos impregnados de materialismo, de materialismo práctico. Confesamos a Dios con los labios, pero nuestra vida de cada día está lejos de El. Nos absorben las mil ocupaciones, gentes de la casa,del negocio, de la vida social. Nuestra vida de cada día es pagana. En ella no hay oración, ni estudio del dogma, ni tiempo para practicar la caridad o para defender la justicia. La vida de muchos de nosotros ¿no es acaso, un absoluto vacío? ¿ No leemos los mismos libros, asistimos a los mismos espectáculos, emitimos los mismos juicios sobre la vida y sobre los acontecimientos, sobre el divorcio, limitación de nacimientos, anulación de matrimonios, los mismos juicios que los ateos? Todo lo que es propio del cristiano, conciencia, fe religiosa, espíritu de sacrificio, apostolado, es ignorado y aún denigrado: nos parece superfluo. Los mas llevan una vida puramente MATERIAL, de la cual la muerte es el término final. ¡Cuantos bautizados lloran delante de una tumba como los que no tienen esperanza!
La inmensa amargura del alma contemporánea, su pesimismo, su soledad... las neurosis y hasta la locura, tan frecuentes en nuestro siglo ¿no es el fruto de un mundo que ha perdido a Dios? Ya bien lo decía San Agustín: "Nos creaste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti" O bien aquél que escribía: "Si me aparto, mi Dios, de tu lado - inquieto y turbado - camino al azar.- Y no es mucho que gima, Dios mío, -también gime el río- buscando el mar"
En esas tremendas tragedias que son EL CERO Y EL INFINITO Y LA PESTE,en ninguna parte aparece un rayo de esperanza, porque allí Dios está totalmente ausente, y en esa honda negrura que describe Georgiu en LA HORA 25, el único rayo de luz viene de los que el P.Kaluga, tienen el sentido de Dios. l pesimismo brutal de Sartre, la angustia enloquecedora de Nietzche, son el eco de su grito:Dios ha muerto. Esa obras, las más demoledoras que jamás se hayan escrito, son el veneno que está corroyendo el alma contemporánea y que suprimen de su espíritu, junto con la dignidad del hombre, la confianza en la Paternidad Divina y toda alegría.

Desquiciamiento Contemporáneo

Los grandes ídolos de nuestro tiempo son el dinero, la salud, el placer, la comodidad: lo que sirve al hombre. Y si pensamos en Dios, siempre hacemos de El un medio al servicio del hombre: le pedimos cuentas, juzgamos sus actos, nos quejamos cuando no satisface nuestros caprichos.
Dios en sí mismo parece no interesarnos. La contemplación está olvidada, la adoración y alabanza es poco comprendida. Muchos piensan que la contemplación es una especialidad buena - y aún eso se discute - para monjas y religiosos. Al hombre de mundo sólo le corresponde trabajar y gozar.
Nuestros estudios parecen centrados únicamente en el hombre. ¡Nos parece tan grande en nuestra época! La religión en los ojos de muchos que guardan su nombre y aún le conservan un sitio en la jerarquía de valores, conserva únicamente un sentido de herramienta humana, de fuerza de conservación y de progreso, pero no es una adoración y un servicio desinteresado del Creador.
EL CRITERIO DE LA EFICACIA, el rendimiento, la utilidad, funda los juicios de valor. No se comprende el acto gratuito, desinteresado, del que nada hay que esperar económicamente. Mucho menos se entiende el valor del sacrificio, el profundo sentido del fracaso, como la Redención fuén un fracaso humano. La explicación es simple: en este siglo industrial todo se pesa, todo se cuenta, todo se mide. La adhesión de la inteligencia se obtiene a fuerza de utilidad y propaganda. ¿ Cómo no extender este criterio al dominio de las almas? Los medios sobrenaturales como la penitencia y la Eucaristía, son reemplazados por recetas naturales, por medios de pura prudencia humana: higiene, dignidad. Testimonio indiscutible de un debilitamiento del sentido de Dios.
Muchos continúan pronunciando el nombre de Dios: no pueden olvidar esas enseñanzas que desde pequeños les enseñaron sus padres, pero se han acostumbrado al sonido de la palabra DIOS, como algo cotidiano y se contentan con ella sola, tras lo cual no hay ningún concepto; o se contentan con el concepto vacío de toda realidad, o al menos de toda realidad que pueda compararse en lo grande y terrible, en lo tremendo y arrobador a la realidad: DIOS.